“¿Dónde estoy? ¿Por qué no puedo
ver nada?”
Mi cuerpo se encuentra adolorido,
mis manos están atadas y supongo que mis ojos vendados. Lo más raro de todo es
que no puedo mover mis piernas. Es como si no estuvieran allí.
“¡Auxilio! Alguien ayúdeme.”
Nadie responde a mi llamado…
Los días pasan y mi cuerpo sigue
en el mismo estado. Hace mucho comprendí que nadie vendría en mi ayuda. Me
encuentro solo y sé a qué se debe.
Mi nombre es Wilhelm, vengo de
Astora. Mítica tierra de caballeros y nobles. Fui criado en una tierra rica y
llena de prosperidad, para la gente adinerada. Fui un criado desde que tengo
memoria. Mi madre fue el amorío de una noche de uno de los señoritos del
pueblo, si por amorío se refieren a
violación y tortura. Mi madre tenía prohibido delatar o denunciar al señorito.
Por esa, y otras razones, desconozco el nombre de mi padre. Reconozco que en
algún punto de mi niñez trate de encontrarlo; pero fue imposible y abandone
pronto la idea. Con mi ilusión perdida y mi corta infancia hecha trizas. Mi
aspecto no se parece en mucho a lo de los criados de la ciudad. Muchas veces me
confundieron con un señorito en alguna tienda de ropa o en el mercado. Mis ojos
grises y mi cabello claro delataban mi procedencia. Aun así muchos conocían mi
condición, fui odiado y maltratado incluso por los hijos de otros criados.
“¡Es un demonio de ojos claros!
Aléjense de él.” “Cuidado que no los toque el sangre sucia.”
“No jueguen con ese niño. Su madre esta manchada y él es fruto del pecado.”
“No jueguen con ese niño. Su madre esta manchada y él es fruto del pecado.”
Conforme fui creciendo las cosas
no mejoraban. Fui objeto de burlas, abuso y hasta fui tratado como un objeto
sexual por la señora de la casa. Fue poco después de cumplir los doce años
cuando la señora pidió verme en su cuarto a solas. Estaba sentada en su cama
leyendo. Su obesa figura solo contrataba con lo deforme de su nariz. Cuando se
percató de mi presencia me dio instrucciones exactas: “Anda niño desvístete y
hazlo lento. Tengo tiempo esperando este momento.” Conforme fui quitando mis
ropas, sus oscuros ojos se llenaron de un brillo extraño y su rostro dibujo la sonrisa más molesta que vi en mi vida. Cuando toda mi ropa estuvo en el piso, ella se levantó de su cama quitándose la bata que llevaba puesta, lo único
que llevaba puesto. Tuve que contener las ganas de vomitar mientras se acercaba
a mi. Todavía recuerdo su olor. Olía a azaleas, era lo único que me
reconfortaba. Mientras ella se montaba sobre mi jadeando como un cerdo
acuchillado, me concentraba en ese olor e imaginaba que estaba en un campo de
flores con mi madre. Cada vez que quedaba satisfecha me daba una bolsa con 20
monedas de plata y decía: “Quiero que comas bien mi pequeño. No quiero que
nunca te falten fuerzas para atenderme.”
Mi único consuelo era volver a
casa y abrazar a mi madre. Le entregaba en silencio diez de las monedas de
plata y ella las recibía acovachada sin mediar palabra. Mi madre… Mi amada
madre... ahora que lo pienso no recuerdo su nombre… ¿qué está pasando
conmigo?... Todo es confuso desde ese día… nunca debí confiar en el…
Mi adolescencia fue más de lo
mismo. La señora me daba en préstamo a sus amigas. Siempre la misma paga.
Siempre el mismo sentimiento de vacío que inundaba mi ser. Creo que allí
comenzó todo. Era fruto del pecado y era usado por este para extenderse.
Un día regresando al cuarto, que
llamábamos hogar, me encuentro con un sinfín de personas frente a la casa.
Todos murmuraban y agachaban sus cabezas. Los soldados del reino entraban y
salían sin mediar palabra. Hasta que por fin uno hablo:
“Parece un matadero de reses allí
adentro. No se cómo la sangre ha llegado hasta el techo.”
“No te preocupes por nada, solo ha muerto la criada. Nadie de importancia salió herido.”
“No te preocupes por nada, solo ha muerto la criada. Nadie de importancia salió herido.”
Esas palabras siempre retumbarían
en mi cabeza “Nadie de importancia.” “Solo ha muerto la criada.” Mi voz no salía
por la garganta. Un nudo en mi pecho crecía con mayor fuerza cada vez. Mientras
las lágrimas brotaban por mis ojos pude ver como sacaban a rastras el cadáver despedazado de mi madre.
Lo arrastraban como si fuera un perro muerto. Un animal muerto al borde de
podrirse. Lo trataban con asco y desanimo. En ese momento algo se encendió en
mí. Perdí total control de mi cuerpo. Se movía y solo podía observar como lo
hacía. No tenía control alguno sobre lo que estaba pasando. Mis puños se
cerraban haciéndome daño en las manos. Mi cuerpo se tenso. De un brinco estaba
frente a los soldados del reino, de espaldas el cadáver de mi madre. Uno de los
soldados intento acercarse a mi. De un rápido movimiento mi puño dio contra su
casco volcando al soldado contra el suelo. Otro intento agarrarme por los
brazos mientras pateaba mis piernas. De un rápido movimiento de pies pude
zafarme mientras mi rodilla impactaba sus descubiertas costillas. Dos mas
vinieron en su ayuda, cada uno con su espada en mano. Se abalanzaron sobre mi
como si de un animal rabioso se tratara. Logre esquivar al primero mientras el
otro alzaba su espada contra mi. En ese momento mis manos fueron más rápidas de
lo que jamás pude imaginar. Tomaron la empuñadura de su espada y hale con tal
fuerza que el pobre soldado cayó al suelo dándose un gran golpe en la cabeza.
En ese momento el resto de
soldados cercanos se alzaron en armas contra mí. Vi mi perdición en los ojos
sedientos de sangre. Esos ojos enrojecidos por la ira, que brillaban entre las hendijas de sus cascos. De
pronto un grito se oyó entre la multitud:
“¡Deténganse inmediatamente!”
Allí fue cuando lo vi por primera
vez. Era imponente. Su escudo, su espada y su armadura relucían entre los
colores de reino. Un dragón rojo y el azul que simbolizaba los más altos rangos
de nobleza. Era un caballero del reino. Un caballero de Astoras.
“¿Qué es todo este alboroto? ¿Por
qué están mis guerreros en el suelo? Esta no es la iglesia de Thorolund para
que estén con el rostro contra el piso diciendo sus plegarias.”
“Señor este hombre ha atacado sin
motivo a los guerreros del reino. Estábamos aquí investigando un asalto a una
mansión; cuando este joven salto de la nada y arremetió contra nosotros. No se
moleste en participar. Tenemos todo bajo control.”
“¿Bajo control dices? ¡Tres
orgullosos guerreros del reino de Astoras fueron derrotados por un jovencito y
completamente desarmado!”
“Pero señor fuimos tomados por
sorpresa y nosotros…”
“¡A callar! Déjenme espacio. Yo
controlare al muchacho.”
Era como si simplemente yo no
estuviese allí. Era un perro rabioso que no entendía el lenguaje que hablaban esos
hombres. En un impulso de ira arremetí contra ese caballero sin pensarlo dos
veces. Un rápido movimiento con su escudo me impacto en el pecho
desestabilizándome por completo y como un rayo la empuñadura de su espada dio
contra mi rostro. No supe más de mi en muchas horas. Debí pensarlo mejor.
No sé cuántas horas pasaron; pero
me levante en una de las celdas de la cárcel del reino. Senti un fuerte dolor
en el rostro. Probablemente me había roto la nariz. Las celdas del reino tenían
la fama de ser agujeros llenos de podredumbre y pestes. Nada a lo que ya no
estuviera acostumbrado. Al cabo de un rato un guardia me vio despierto y se
acercó a la celda Hablando en voz alta: “¿Con que eres el famoso niño que
derroto a tres guerreros del reino sin empuñar una espada? Inclusive el
mismísimo caballero Oscar tuvo que aparecer para detenerte. Vaya con la
juventud de estos días. No sé qué les dan en sus comidas.” No espero respuesta
alguna. Se alejó de la celda riendo y gritando hacia la salida:
“Se ha
despertado.”
“Con que el nombre de mi captor
es Oscar. Nada más y nada menos que Oscar de Astora. Estoy realmente jodido.”
Pensé mientras bufaba por mi mala suerte. Quizá si él no hubiera estado allí yo
hubiera podido escapar y nada de esto me estaría pasando.
Pasado algún tiempo, se oyó un
estruendo entre todas las celdas. Los murmullos de los otros presos se fueron
haciendo inaudibles mientras fuertes pisadas se acercaban cada vez más. Pisada
seguras de si mismas, refugiadas tras una pesada armadura. Cuando el silencio
fue total pude verlo frente a mi celda. Imponente, armadura brillante, sus
relucientes colores casi cegaban la vista.
“¿Te encuentras bien?”
Qué extraña pregunta del hombre
que me había roto la nariz y me había encadenado en una celda. Casi puedo decir
que sonreí.
“¿Sabes? a veces mis soldados
suelen creerse un poco más de lo que son; pero siempre cumplen con su trabajo.”
Dijo mientras sacaba algo de su cinto “Mira.”
Me mostró una bolsa de cuero. La
misma bolsa de cuero donde guardaba las monedas de plata que no le daba a mi
madre. La misma bolsa de cuero que escondía detrás de una madera suelta en la
pared.
“Dos hombres entraron a la
mansión en busca de esta bolsa. Tu madre murió defendiéndola. Los testigos
cuentan que se aferró a ella hasta que su cuerpo no dio más de sí.”
No podía creerlo. Mi madre había
muerto por mi culpa. Mi madre había muerto tratando de proteger lo que yo
consideraba mi medio para salir de ese modo de vida. Recuerdo como las lágrimas
corrían como ríos por mi rostro. Estaba frente al hombre más imponente, y
fuerte, que había conocido en mi vida y solo podía llorar como un niño pequeño.
“He hecho todo lo posible; pero
haz sido denunciado por atacar a los guerreros del reino.” Dijo mientras
desenrollaba un papel “Te han sentenciado a muerte. Esta misma tarde harán los
arreglos.”
Mis lagrimas cesaron de salir. Mi
rostro debió que ser toda una poesía en ese momento. Pasaba de sentir lastima a
sentir el verdadero miedo recorrer mi cuerpo. Iba a morir y tal vez hubiera
sido mejor así.
“Solo hay una cosa que puede
salvarte.” Dijo mientras se quitaba su pesado casco.
¡Una esperanza! Mis ojos debieron
relucir en el momento…
“Debes convertirte en mi aprendiz
y ayudarme a cumplir mi destino. Ayudarme a que la profecía se haga realidad.”
No sabía nada de profecías. No
sabía leer ni escribir. No había forma de que supiera en ese momento de que me
estaba hablando. Aun así, acepte. No debí hacerlo. Asintiendo con la cabeza fue
mi única forma de responder. Las palabras eran inútiles para mi.
“Muy bien. Haré los arreglos.
Regresare luego con los papeles de tu liberación.” Dijo mientras me daba la
espalda y se ponía su casco .
“Se me olvidaba mencionar algo.
Es realmente sin importancia; pero creo que deberías saberlo. Tendré control
absoluto de si vives o mueres. Así que espero nunca me hagas dudar de mi
decisión.”
Sus fuertes pisadas fueron
desapareciendo. Aun las recuerdo. Recuerdo el sonido metálico de su andar por
el pasillo de la cárcel. En ese momento no tenía idea de la promesa que acababa
de realizar...