martes, 25 de noviembre de 2014

SpinOff: El caballero de Astoras

“¿Dónde estoy? ¿Por qué no puedo ver nada?”

Mi cuerpo se encuentra adolorido, mis manos están atadas y supongo que mis ojos vendados. Lo más raro de todo es que no puedo mover mis piernas. Es como si no estuvieran allí.

“¡Auxilio! Alguien ayúdeme.”
Nadie responde a mi llamado…

Los días pasan y mi cuerpo sigue en el mismo estado. Hace mucho comprendí que nadie vendría en mi ayuda. Me encuentro solo y sé a qué se debe.

Mi nombre es Wilhelm, vengo de Astora. Mítica tierra de caballeros y nobles. Fui criado en una tierra rica y llena de prosperidad, para la gente adinerada. Fui un criado desde que tengo memoria. Mi madre fue el amorío de una noche de uno de los señoritos del pueblo, si por  amorío se refieren a violación y tortura. Mi madre tenía prohibido delatar o denunciar al señorito. Por esa, y otras razones, desconozco el nombre de mi padre. Reconozco que en algún punto de mi niñez trate de encontrarlo; pero fue imposible y abandone pronto la idea. Con mi ilusión perdida y mi corta infancia hecha trizas. Mi aspecto no se parece en mucho a lo de los criados de la ciudad. Muchas veces me confundieron con un señorito en alguna tienda de ropa o en el mercado. Mis ojos grises y mi cabello claro delataban mi procedencia. Aun así muchos conocían mi condición, fui odiado y maltratado incluso por los hijos de otros criados.

“¡Es un demonio de ojos claros! Aléjense de él.” “Cuidado que no los toque el sangre sucia.”
“No jueguen con ese niño. Su madre esta manchada y él es fruto del pecado.”

Conforme fui creciendo las cosas no mejoraban. Fui objeto de burlas, abuso y hasta fui tratado como un objeto sexual por la señora de la casa. Fue poco después de cumplir los doce años cuando la señora pidió verme en su cuarto a solas. Estaba sentada en su cama leyendo. Su obesa figura solo contrataba con lo deforme de su nariz. Cuando se percató de mi presencia me dio instrucciones exactas: “Anda niño desvístete y hazlo lento. Tengo tiempo esperando este momento.” Conforme fui quitando mis ropas, sus oscuros ojos se llenaron de un brillo extraño y su rostro dibujo la sonrisa más molesta que vi en mi vida. Cuando toda mi ropa estuvo en el piso, ella se levantó de su cama quitándose la bata que llevaba puesta, lo único que llevaba puesto. Tuve que contener las ganas de vomitar mientras se acercaba a mi. Todavía recuerdo su olor. Olía a azaleas, era lo único que me reconfortaba. Mientras ella se montaba sobre mi jadeando como un cerdo acuchillado, me concentraba en ese olor e imaginaba que estaba en un campo de flores con mi madre. Cada vez que quedaba satisfecha me daba una bolsa con 20 monedas de plata y decía: “Quiero que comas bien mi pequeño. No quiero que nunca te falten fuerzas para atenderme.”

Mi único consuelo era volver a casa y abrazar a mi madre. Le entregaba en silencio diez de las monedas de plata y ella las recibía acovachada sin mediar palabra. Mi madre… Mi amada madre... ahora que lo pienso no recuerdo su nombre… ¿qué está pasando conmigo?... Todo es confuso desde ese día… nunca debí confiar en el…

Mi adolescencia fue más de lo mismo. La señora me daba en préstamo a sus amigas. Siempre la misma paga. Siempre el mismo sentimiento de vacío que inundaba mi ser. Creo que allí comenzó todo. Era fruto del pecado y era usado por este para extenderse.

Un día regresando al cuarto, que llamábamos hogar, me encuentro con un sinfín de personas frente a la casa. Todos murmuraban y agachaban sus cabezas. Los soldados del reino entraban y salían sin mediar palabra. Hasta que por fin uno hablo:

“Parece un matadero de reses allí adentro. No se cómo la sangre ha llegado hasta el techo.”
“No te preocupes por nada, solo ha muerto la criada. Nadie de importancia salió herido.”

Esas palabras siempre retumbarían en mi cabeza “Nadie de importancia.” “Solo ha muerto la criada.” Mi voz no salía por la garganta. Un nudo en mi pecho crecía con mayor fuerza cada vez. Mientras las lágrimas brotaban por mis ojos pude ver como sacaban  a rastras el cadáver despedazado de mi madre. Lo arrastraban como si fuera un perro muerto. Un animal muerto al borde de podrirse. Lo trataban con asco y desanimo. En ese momento algo se encendió en mí. Perdí total control de mi cuerpo. Se movía y solo podía observar como lo hacía. No tenía control alguno sobre lo que estaba pasando. Mis puños se cerraban haciéndome daño en las manos. Mi cuerpo se tenso. De un brinco estaba frente a los soldados del reino, de espaldas el cadáver de mi madre. Uno de los soldados intento acercarse a mi. De un rápido movimiento mi puño dio contra su casco volcando al soldado contra el suelo. Otro intento agarrarme por los brazos mientras pateaba mis piernas. De un rápido movimiento de pies pude zafarme mientras mi rodilla impactaba sus descubiertas costillas. Dos mas vinieron en su ayuda, cada uno con su espada en mano. Se abalanzaron sobre mi como si de un animal rabioso se tratara. Logre esquivar al primero mientras el otro alzaba su espada contra mi. En ese momento mis manos fueron más rápidas de lo que jamás pude imaginar. Tomaron la empuñadura de su espada y hale con tal fuerza que el pobre soldado cayó al suelo dándose un gran golpe en la cabeza.

En ese momento el resto de soldados cercanos se alzaron en armas contra mí. Vi mi perdición en los ojos sedientos de sangre. Esos ojos enrojecidos por la ira, que  brillaban entre las hendijas de sus cascos. De pronto un grito se oyó entre la multitud: 

“¡Deténganse inmediatamente!”

Allí fue cuando lo vi por primera vez. Era imponente. Su escudo, su espada y su armadura relucían entre los colores de reino. Un dragón rojo y el azul que simbolizaba los más altos rangos de nobleza. Era un caballero del reino. Un caballero de Astoras.

“¿Qué es todo este alboroto? ¿Por qué están mis guerreros en el suelo? Esta no es la iglesia de Thorolund para que estén con el rostro contra el piso diciendo sus plegarias.”

“Señor este hombre ha atacado sin motivo a los guerreros del reino. Estábamos aquí investigando un asalto a una mansión; cuando este joven salto de la nada y arremetió contra nosotros. No se moleste en participar. Tenemos todo bajo control.”

“¿Bajo control dices? ¡Tres orgullosos guerreros del reino de Astoras fueron derrotados por un jovencito y completamente desarmado!”

“Pero señor fuimos tomados por sorpresa y nosotros…”

“¡A callar! Déjenme espacio. Yo controlare al muchacho.”

Era como si simplemente yo no estuviese allí. Era un perro rabioso que no entendía el lenguaje que hablaban esos hombres. En un impulso de ira arremetí contra ese caballero sin pensarlo dos veces. Un rápido movimiento con su escudo me impacto en el pecho desestabilizándome por completo y como un rayo la empuñadura de su espada dio contra mi rostro. No supe más de mi en muchas horas. Debí pensarlo mejor.

No sé cuántas horas pasaron; pero me levante en una de las celdas de la cárcel del reino. Senti un fuerte dolor en el rostro. Probablemente me había roto la nariz. Las celdas del reino tenían la fama de ser agujeros llenos de podredumbre y pestes. Nada a lo que ya no estuviera acostumbrado. Al cabo de un rato un guardia me vio despierto y se acercó a la celda Hablando en voz alta: “¿Con que eres el famoso niño que derroto a tres guerreros del reino sin empuñar una espada? Inclusive el mismísimo caballero Oscar tuvo que aparecer para detenerte. Vaya con la juventud de estos días. No sé qué les dan en sus comidas.” No espero respuesta alguna. Se alejó de la celda riendo y gritando hacia la salida:

 “Se ha despertado.”

“Con que el nombre de mi captor es Oscar. Nada más y nada menos que Oscar de Astora. Estoy realmente jodido.” Pensé mientras bufaba por mi mala suerte. Quizá si él no hubiera estado allí yo hubiera podido escapar y nada de esto me estaría pasando.

Pasado algún tiempo, se oyó un estruendo entre todas las celdas. Los murmullos de los otros presos se fueron haciendo inaudibles mientras fuertes pisadas se acercaban cada vez más. Pisada seguras de si mismas, refugiadas tras una pesada armadura. Cuando el silencio fue total pude verlo frente a mi celda. Imponente, armadura brillante, sus relucientes colores casi cegaban la vista.

“¿Te encuentras bien?”

Qué extraña pregunta del hombre que me había roto la nariz y me había encadenado en una celda. Casi puedo decir que sonreí.

“¿Sabes? a veces mis soldados suelen creerse un poco más de lo que son; pero siempre cumplen con su trabajo.” Dijo mientras sacaba algo de su cinto “Mira.”

Me mostró una bolsa de cuero. La misma bolsa de cuero donde guardaba las monedas de plata que no le daba a mi madre. La misma bolsa de cuero que escondía detrás de una madera suelta en la pared.

“Dos hombres entraron a la mansión en busca de esta bolsa. Tu madre murió defendiéndola. Los testigos cuentan que se aferró a ella hasta que su cuerpo no dio más de sí.”

No podía creerlo. Mi madre había muerto por mi culpa. Mi madre había muerto tratando de proteger lo que yo consideraba mi medio para salir de ese modo de vida. Recuerdo como las lágrimas corrían como ríos por mi rostro. Estaba frente al hombre más imponente, y fuerte, que había conocido en mi vida y solo podía llorar como un niño pequeño.

“He hecho todo lo posible; pero haz sido denunciado por atacar a los guerreros del reino.” Dijo mientras desenrollaba un papel “Te han sentenciado a muerte. Esta misma tarde harán los arreglos.”

Mis lagrimas cesaron de salir. Mi rostro debió que ser toda una poesía en ese momento. Pasaba de sentir lastima a sentir el verdadero miedo recorrer mi cuerpo. Iba a morir y tal vez hubiera sido mejor así.
“Solo hay una cosa que puede salvarte.” Dijo mientras se quitaba su pesado casco.

¡Una esperanza! Mis ojos debieron relucir en el momento…

“Debes convertirte en mi aprendiz y ayudarme a cumplir mi destino. Ayudarme a que la profecía se haga realidad.”

No sabía nada de profecías. No sabía leer ni escribir. No había forma de que supiera en ese momento de que me estaba hablando. Aun así, acepte. No debí hacerlo. Asintiendo con la cabeza fue mi única forma de responder. Las palabras eran inútiles para mi.
“Muy bien. Haré los arreglos. Regresare luego con los papeles de tu liberación.” Dijo mientras me daba la espalda y se ponía su casco .

“Se me olvidaba mencionar algo. Es realmente sin importancia; pero creo que deberías saberlo. Tendré control absoluto de si vives o mueres. Así que espero nunca me hagas dudar de mi decisión.”


Sus fuertes pisadas fueron desapareciendo. Aun las recuerdo. Recuerdo el sonido metálico de su andar por el pasillo de la cárcel. En ese momento no tenía idea de la promesa que acababa de realizar...

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